¿Cuál será el destino de su viaje?
Cuando mi reloj sonó, miré hacia la ventana de mi cuarto con la esperanza de ver el cielo, pero no pude, porque las cortinas estaban cerradas. Entonces, me levanté, abrí las cortinas y pude ver el cielo.
Al hacerlo, dije: «Dios, guíame en el viaje de este día y de todos los días de mi vida, porque “mi vida” es Tuya. Quiero llegar al destino final por el cual me liberaste, perdonaste, salvaste y me llamaste para servirte. Te serviré hasta mi último suspiro, con todo mi corazón, con toda mi fuerza y con todo mi entendimiento. Ayúdame a remover la cortina de la incredulidad, de la malicia, del orgullo, del miedo, del conformismo y de la ingratitud de la mente y el corazón de los que tienen el gran privilegio de formar parte de Tu obra en el Altar y en el atrio. Así como removí esta cortina que me impedía ver el cielo».
Tengo la costumbre de decir que la vida es un viaje, para algunos corto y para otros largo. Sin embargo, sea corto (15, 20, 30 años) o largo (70, 80, 90 años), la duración no es importante, sino el destino final.
Cuando tuve la alegría, la oportunidad, el privilegio, la honra y el placer de empezar mi ministerio como obrero del Rey, con satisfacción, observé que no sería más el que decidiría cuándo levantarme; dónde estar, vivir y dormir; qué vestir, calzar, comer, pensar, hablar, escuchar, sentir, desear, planear, disfrutar y hacer; o con quién vivir. Pero sí debía ser el que siempre dijera de cuerpo, alma y espíritu: «¡Heme aquí para servirte, mi Señor y Rey!».
¿Por qué? Porque quería y quiero que mi viaje se mantenga en el camino que Dios me confió, no quiero desviarme por el atajo o por los muchos atajos que las personas, las circunstancias y los sentimientos nos presentan en esta vida.
Usted ya entenderá el motivo por el cual digo todo esto.
Hay tres cosas grandiosas que alcancé en esta vida y me gustaría compartirle:
1.ª Mi encuentro con el Señor Jesús, mi Rey.
2.ª Formar parte de Su obra maravillosa, liberadora, redentora y salvadora ganando almas.
3.ª Haber recibido de Él una auxiliadora, mi esposa, para que me acompañara en este viaje.
Creo firmemente que ninguna superación, conquista, experiencia, posición o realización superará estas cosas grandiosas, porque, al final de todo, en mis últimos días y minutos de vida, si hay tiempo, no me preguntaré si me superé, si conquisté, si tuve alguna experiencia o si alcancé una posición destacada.
Al contrario, me preguntaré:
– ¿Quién fue mi Señor? ¿Mi yo o mi Rey?
– ¿Hice que Su obra fuera liberadora, redentora y salvadora en la vida de los que conocí o me conocieron?
– ¿Cuidé a quien Dios me confió en intimidad y fragilidad? ¿Fui un buen esposo?
Y el resultado que quiero es este:
Quiero ver a mi Rey cara a cara y que me diga: «¡Sí, lo fuiste!».
Quiero que mis compañeros de guerra y el pueblo de Dios me miren y sonrían con la sonrisa de la Salvación.
Quiero sentir el toque de las manos de Viviane en mi rostro, el toque de sus labios en los míos y su susurro en mis oídos: «Puedes irte a casa».
Es un hecho, hemos visto el dolor de los más famosos y a los ricos e intelectuales como nada, sin razones para vivir por no ser amados.
El que no ama a Dios no ama a su prójimo.
El que no ama a su prójimo no tiene el amor de Dios ni el amor del prójimo, ¡está solo!
«Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el Reino Eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.» 2 Pedro 1:10-11
¡Dios está con usted y yo también!
Obispo Júlio Freitas