¿Hasta cuándo se va a lamentar?
Hazme justicia, oh Dios, y defiende mi causa contra una nación impía; líbrame del hombre engañoso e injusto. Ya que Tú eres el Dios de mi fortaleza, ¿por qué me has rechazado? ¿Por qué ando sombrío por la opresión del enemigo? Envía Tu luz y Tu verdad; que ellas me guíen, que me lleven a Tu santo monte, y a Tus moradas. Entonces llegaré al Altar de Dios, a Dios, mi supremo gozo; y al son de la lira te alabaré, oh Dios, Dios mío. ¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la Salvación de mi ser, y mi Dios! Salmo 43
David, así como muchas personas que conocen la verdad, tenía el alma enferma por dejarse influenciar por las injusticias que sufrió y, peor aún, por lamentarse por la opresión del enemigo, por la acción del mal a través de los malos.
Sin embargo, lo que David debía hacer era hablar, desahogarse, clamar, derramarse delante de Dios, pero ¿por qué no lo hizo y postergó esa actitud? ¡Porque su alma estaba enferma por lamentarse!
La raíz del problema no eran las personas injustas y fraudulentas, sino la falta de confianza en Dios, por eso él se lamentaba.
Cuando los incrédulos se quejan, murmuran, dicen malas palabras, mienten, blasfeman, Dios los ignora, porque ignoran la voluntad de Dios, la Verdad. Pero, cuando Dios ve a Su hijo lamentándose, murmurando, es peor que una mala palabra. Porque, cuando nos lamentamos por algo, alguien, una situación, un problema, demostramos falta de confianza, de fe.
Lo que llamamos pecado, también podemos llamar desobediencia a las órdenes de Dios. Por eso, nos equivocamos de objetivo, nos perdemos, nos confundimos y nos volvemos inseguros.
Para obedecer, necesitamos básicamente 3 cosas:
1.° Humildad para reconocer los errores y aceptar que necesitamos cambiar.
2.° Practicar, obedecer con o sin ganas, entendiendo o no y usar la fe.
3.° Sacrificar las inclinaciones, las costumbres, las amistades indebidas, las tradiciones y las manías.
No obstante, David conocía a Dios y ya había tenido experiencias que enfermaron su alma anteriormente, entonces, su espíritu, su entendimiento le decía: «¡Deja de murmurar, ve al Altar y derrámate! Confiesa, llora, clama, pide, confía y espera, porque tu alma será curada, perdonada, fortalecida, salva, ¡y Dios será glorificado en ti!».
¿Y qué hizo? ¡Fue al Altar!
Porque David sabía que solo en Dios, en el Altar, podía encontrar la cura para su alma, la fuerza para su espíritu y ¡la seguridad para su cuerpo!
¡Con usted, conmigo, con los pastores y obreros no es y no será diferente!
¡Atención!
Si usted está leyendo esta publicación y está apartado hace muchas semanas o hace años que no está en la Universal, ¡nos gustaría ayudarlo!
Decida participar de una reunión en la Universal más cercana a su domicilio, será muy bienvenido.
Cuando vaya a la iglesia, acérquese directamente al Altar, durante o después de la reunión, entréguele a Dios todas sus aflicciones y angustias. ¡Haga un voto de dejar de lamentarse!
¡Nos vemos en la IURD o en las nubes!
Obispo Júlio Freitas