Nosotros caminamos hacia donde miramos. ¿En dónde están puestos sus ojos?
El objetivo principal de un verdadero siervo de Dios debe ser el de ganar almas, es decir, darles a otros lo que recibió del Señor Jesús, el Reino de Dios, al Espíritu Santo.
Por eso, le pregunto:
– ¿Quién puso en usted el deseo de servir a Dios?
– ¿Quién lo obligó a hacer la obra de Dios?
– ¿Qué lo hizo dejar su antigua vida para hacer la obra de Dios?
¡Nadie lo obligó! ¿No es así?
El que lo inspiró, lo impulsó, le dio valentía y le «cobró» que sirviera a Dios fue el propio Espíritu Santo.
Porque el objetivo del Espíritu de Dios siempre fue ganar almas, ¡y ese también debe ser su objetivo principal!
Piense y responda en su interior: ¿Por qué es obrero?
¿Para ser visto como alguien mejor, más espiritual, más capaz? ¿Para estar más cerca del pastor? ¿Para ser mejor que los demás? ¡¡¡Claro que no!!!
Usted se volvió obrero voluntariamente, porque fue bautizado con el Espíritu Santo para servirlo, porque quiere ganar almas y darles a los demás la misma oportunidad que le fue dada, la de conocer al Señor Jesús.
Viviane y yo hemos observado, a lo largo de estos dos años y medio cuidando a los obreros, colaboradores y CPO de todo el mundo, que muchos cometen este error: mirar la vida de los demás.
Al ver el testimonio de la conquista económica, amorosa, familiar y demás, de los miembros, de los obreros o incluso de los incrédulos, empezaron a buscar las bendiciones y se preocuparon, se pusieron ansiosos, se irritaron, se entristecieron e incluso se enojaron por el problema o la injusticia que vivían.
El obrero que no ocupa su mente con la Palabra de Dios, con las cosas de lo Alto, termina mirando la vida de los demás.
Y los demonios, que no son ciegos ni bobos, empiezan a trabajar, diciéndole: «Aún no tienes esto ni aquello. Aún no te casaste, tu familia no se convirtió, no tienes tu propia casa, no eres un empresario», entre otras cosas.
Si el obrero está débil en la fe, con la cabeza en las cosas de esta vida, le prestará más atención a lo que le falta y despreciará lo más importante: el Espíritu Santo, el ser con el que Dios lo usa para ganar almas.
De esta manera, deja entrar la ansiedad, empieza a mirar el oro y lo que no tiene, y desprecia lo más importante, lo más glorioso: el Altar.
Eso fue lo que les sucedió a muchos reyes de Israel en el pasado. Ellos dejaron el Altar, dejaron de servir a Dios y al pueblo para servirse a sí mismo y mirar otras cosas, como el dinero, la vanidad, las mujeres y el poder. Es decir, quisieron «disfrutar» su reinado, dejaron de servir al reino, al Rey, y fueron destruidos.
Esos reyes sustituyeron el reinado, el gobierno de Dios, por el reinado de sí mismos, el reino de este mundo; se pusieron en primer lugar y dejaron a Dios en segundo lugar.
Cada quien es el rey de su propia vida, pero los que buscan primeramente el Reino de Dios son los que se dejan gobernar por el Espíritu Santo, quien los instruye, fortalece y usa poderosamente para Su gloria.
Dios, sabiendo todas las cosas, incluyó la codicia en los 10 mandamientos, cuando dijo:
No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. Éxodo 20:17
Y para alertarnos, Dios hizo que la experiencia del Levita Asaf quedara registrada en los salmos:
En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos. Salmos 73:2-3
Nosotros caminamos hacia donde miramos. Antes de que los pies y los pasos se desvíen, se desvía el enfoque, la atención, la mirada. El desvío de los pasos es una consecuencia, y ahí surgen los resbalones y la caída.
En otras palabras, antes de que el obrero se enfríe en la fe, renuncie a la gran honra de servir al Dios vivo, mienta, se rebele, se acomode, se prostituya, guarde resentimiento y piense que puede vivir para sí mismo, DESVÍA SUS OJOS, SU ATENCIÓN, Y DEJA DE PRIORIZAR EL HECHO DE ESTAR CONSAGRADO PARA EMPEZAR A MIRARSE A SÍ MISMO.
Si usted se encuentra como Asaf, con sus pies casi resbalando, o si ya se resbaló y cayó, por codiciar las cosas de este mundo, póngase de rodillas ahí, ahora, y haga una oración sincera de arrepentimiento. ¡Dios está de brazos abiertos para perdonarlo, ampararlo y renovarlo!
¡Juntos hasta el fin!
¡Nos vemos en la IURD o en las nubes!
Obispo Júlio Freitas