¡Quiebre el frío de la muerte con el calor de la vida!
Congelado, con sus patitas presas en el fierro frío, este lindo pajarito estaba condenado a morir, si no fuera por la atención, el cuidado y la paciencia de ese hombre que no lo dejó a su propia suerte y decidió salvarlo.
Ese pájaro fue libre por el calor humano, que lo calentó y derritió el hielo que lo apresaba. Lo mismo sucede en el ámbito espiritual, cuando nos damos cuenta del sufrimiento, del dolor y de la desesperación de los que están en nuestro camino, a nuestro alrededor, en nuestra familia, trabajo o escuela.
Cuando nos detenemos y nos acercamos a las personas para escucharlas, darles la debida atención, hablarles y hacer por ellas lo que necesitan, son calentadas por el Espíritu de la Palabra de Dios.
De esta manera, el hielo de la incredulidad, del miedo, del egoísmo, de la autocondenación se derrite y las almas de esas personas son liberadas y salvas, es decir, pueden volar libremente y vivir para Cristo.
El Señor Jesús se compadecía de los afligidos y despreciados, y Sus siervos deben hacer lo mismo. Observe:
«Porque tuve hambre, y Me disteis de comer; tuve sed, y Me disteis de beber; fui forastero, y Me recogisteis; estuve desnudo, y Me cubristeis; enfermo, y Me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a Mí.» Mateo 25:35-36
Es fácil encontrar a alguien con quien compartir la alegría, la prosperidad y los momentos de ocio, pero es extremadamente difícil encontrar a alguien que se sensibilice con los que sufren, aunque sea para transmitirles una palabra de fe, de ánimo.
El secreto para tener una verdadera compasión y ser impulsado a ayudar es ponerse en el lugar de quien está gimiendo.
Piense en esto y pregúntese:
«¿Qué hice HOY para ayudar a un alma a ser libre del hielo, de la prisión, de los dolores y del sufrimiento de este mundo?».
Ciertamente, Dios está buscando siervos fieles y obedientes a Su voz, para propagar Su Palabra, la cual es capaz de transformar vidas.
¡Nos vemos en la IURD o en las nubes!
Obispo Júlio Freitas